Lo triste de no ser lo suficientemente rico como para invertir en los toros es el cuerpo que se te queda cuando se presentan, como ayer, los proyectos y las fusiones de los que sí lo son, y lo que planean hacer juntos. Lo saludable de tener únicamente dinero para pagar la entrada es que la coherencia está del lado de uno y así el sentido común no sufre.
Los magros propósitos de cada año que se empieza, azuzados en estos días por el enésimo blindaje de la Fiesta en Francia, a lo que se une la entrada en liza de los pesos (pesados) mexicanos, nos llevan irremisiblemente al lugar común de cada pistoletazo de inicio de temporada.
Como de siempre ha sido mejor no perder de vista la “tête de la course” en lugar de mirar de reojo, cada poco, para ver dónde asoma el coche-escoba, vamos a recordar por qué para salvar esto de los toros hay que asomarse a Francia, y no conformarnos con México. Sacudidos los prejuicios subjetivos, dejando de lado debilidades personales y gustos caprichosos, invocamos la sabiduría recurrente de Super Coco y recordamos, desde un tendido bajo, con un boleto para ver toros, un bolsillo, y no desde lo alto de la lista Forbes, lo que está bien y lo que está mal.
El invierno y la improvisación.
Decía Cervantes que el camino del “ya voy” conduce a la casa del “nunca”. A mediados de Noviembre pasado Céret anunció, seis meses antes de celebrarse, las ganaderías de su feria a celebrar 11 y el 12 de julio. Sabemos de corridas de San Isidro que la misma mañana no conocíamos ya no los toros, sino la ganadería que lidiaría ocho horas después.
Los corrales y la afición.
Recurrente es el debate de Batán sí, Batán no. En la misma conferencia oí decir a Fernando Cuadri que él prefiere tener los toros allí días antes de la corrida (el transporte desde Huelva y el cambio de climas le enseñaron que era mejor así) así como a José Escolar argumentar que él no (aludía al manejo en embarques y desembarques). Al margen de ventajas o rémoras, la exposición pública de los toros en los corrales días antes consagra la oportunidad más cercana que el aficionado va a disponer de contemplar los toros, y certifica la integridad (qué mal usamos esta palabra) de que todo lo que sale de las fincas es lo que luego entra en las plazas.
Los hierros y las ganaderías.
No saber la ganadería que se va a lidiar es tan incompleto como ir a ver la final de Roland Garros y saber quién es Nadal pero no conocer a Djokovic. Mientras que en la mayoría de las arenas y burladeros franceses se sella el hierro ganadero, en España vemos como ni en los carteles de los festejos aparece el ganado a lidiar.
Luz y taquígrafo.
Cuenta André Viard que fue Antonio Pérez el primero que tuvo interés en que desapareciesen ciertas ganaderías fue, que fue así como consiguió convencer a los políticos de Madrid de usar la tablilla. Los “patas blancas” hacían sombra a los toros de Antonio Pérez, por movilidad y por su juego, y éste pensó que poniendo el peso real en la tablilla ayudaría a su ganadería. Mientras, en las tablillas de algunas ferias en Francia, junto al nombre del toro, peso, fecha de nacimiento y ganadería al final se puede leer el nombre del picador.
O todo o nada. Informar sesgadamente lleva a aplaudir el error y fomentar la complacencia.
Las quejas y los trofeos.
Los mismos que censuramos que Simón Casas hable a destiempo y gritando luego en la plaza protestamos y damos palmas de tango en cualquier momento de la corrida. Es así. Los tiempos de actuación y réplica están estipulados, y los conocemos. Mientras en Francia la aprobación o rechazo durante las faenas se limita a sobresaltos de estupor –que no es poco- o exclamaciones de admiración dejando para el final el aplauso meritorio o el abucheo que sanciona, aquí solapamos los pitos al presidente con los del matador, incluso con las quejas por las condiciones del toro. No se puede demandar respeto al resto cuando no nos lo tenemos a nosotros mismos.
El respeto no es conformarse.
Decía el Juan de Mairena de Machado que “benevolencia no quiere decir tolerancia de lo ruin o conformidad con lo inepto, sino voluntad del bien, en vuestro caso, deseo ardiente de ver realizado el milagro de la belleza. Sólo con esta disposición de ánimo la crítica puede ser fecunda. La crítica malévola que ejercen avinagrados y melancólicos es frecuente en España, y nunca descubre nada bueno. La verdad es que no lo busca ni lo desea”. Así, los mismos que censuramos a Simón Casas y solapamos pitos y palmas de tango también somos los mismos que pedimos al que puede dar, incluso al que quiere hacerlo. Nada tan infame como aplaudir todo - a veces en los toros no todo es estética, sino emoción y peligro-porque degrada la esencia y extermina la competencia con todo lo saludable que ella trae consigo. Igual que aquí hacen las corridas a la carta en Francia sí dignifican la profesión y medran por aquilatar todo esto. Estoy pensando en Morante con un Victorino en Istres 2013, Matemáticas.
El pez y la caña.
Dejó dicho Arturo Graf que el saber y la razón hablan, y la ignorancia y el error gritan. Hoy Simón ha gritado sentencias relacionadas con sintonía y sociedad, pero no ha aparecido el toro por ningún sitio. “Hay que acabar con esos 20 o 25 integristas que por su comportamiento en determinadas plazas joden un espectáculo al que acuden 20.000 espectadores. No me escondo. Hablo claro”, eso ha dicho. Ha hablado de dinero, de inversión, pero no sabemos en qué va invertirse ni cómo va a materializarlo. Falta diversificar y sobra fusionar. Y que entre gente nueva –sólo hay que ver Cutiño, que para poder conducir un fórmula 1 de momento se fragua como copiloto- . Hace falta eso que explican en las facultades de Economía, que en tiempos de austeridad dar un pescado al hambriento no vale, hay que darle una caña, y si le dejas un charquito, miel sobre hojuelas. No puedes abrir las puertas a la normalización cuando los aficionados saltan por la ventana.
En busca de la diversidad monocromática.
En el argumentario de cualquier defensor de la Fiesta está la bandera de la pluralidad. Decimos con orgullo y razón que sus tendidos albergan más diversidad que el propio Congreso de los Diputados. La Fiesta como un fiel reflejo de la sociedad actual, con sus sombras y sus luces. Cada plaza, como cada territorio, con su personalidad. Así como los andaluces difieren en costumbres e identidad con los gallegos, lo mismo le ocurre a la plaza de Nimes con la de Vic-Fezensac. Incluso en un mismo coso, la policromía en los tendidos es evidente. La nueva corriente empresarial, en boca de Simón Casas, busca esculpir un solo tipo de aficionado, entendiendo por aficionado aquel que pasa por taquilla, aplaude generosamente de acuerdo a lo que sucede en el ruedo, y no tiene cuenta subversiva en el tuitendido. Porque eso de acabar con 20 o 25 integristas es el comienzo de la tan buscada diversidad monocromática. Martin Niemöller, pastor luterano alemán y luchador incansable contra el exterminio nazi, nos diría aquello de:
“Cuando la FIT vino a llevarse a los integristas, guardé silencio, porque yo no era integrista…”, el final ya lo conocéis.