¿Recuerdan la película? El silencio de los corderos. Película estadounidense de 1991, dirigida por Jonathan Demme y protagonizada de manera estelar por Jodie Foster y Anthony Hopkins en los papeles principales. Basada en la novela homónima de Thomas Harris, escrita en 1988 como secuela de "El dragón rojo" (1981). En ciertos países, la cinta tuvo el título de "El silencio de los inocentes".
En la película, el silencio de los corderos es el recuerdo de la protagonista de los corderos de su infancia, ruidosos, balantes, que al presentir el peligro, antes de ser sacrificados, estaban todos en un silencio interminable.
Estando con vida, ya no estaban vivos. Este recuerdo de la protagonista durante la película es un símil del silencio de las víctimas que han sido secuestradas y que ante su próxima muerte, ya ni siquiera piden auxilio. Callan para la eternidad.
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La vista oral del juicio que pretende resolver el contencioso abierto entre la empresa Servicios Taurinos Serolo y la Diputación Provincial de Zaragoza, previsto para el pasado 24 de Mayo,
ha sido aplazada sine die por motivos desconocidos o, al menos, no suficientemente aclarados. Salvo sorpresa,
lo que resta de la temporada zaragozana será confeccionada y gestionada por la actual empresa.
El presente de la plaza es incierto, si bien, aún lo es más el futuro inmediato. Con la vía legal atrancada en un mar de dudas competenciales, sin resolución aparente, ante la indiferencia total del sector taurino nacional, y con unos aficionados maños que han tornado su indignación por desolación, el panorama no puede ser más yermo. Silencioso.
Extraña ver cómo los principales portales taurinos
guardan un silencio sospechoso en lo que se refiere a la actualidad de la plaza de Zaragoza. Mi amiga
Elena dice que se han convertido en el
Boletín Oficial de Serolo, y no le falta razón. Callan como ratas. El suyo está lejos de ser el silencio de los inocentes.
Y mientras tanto, el Señor Beamonte y su lugarteniente callan, en silencio. Ausentes. Sin explicación alguna que tranquilice a una afición meditabunda. La afición, la paciente afición de Zaragoza, se encuentra ya en un estado de asunción, avenidos a sufrir varios años de sufrimiento, en el mejor de los casos. Resignados a perder la ilusión. En un silencio preocupante. Un silencio que se parece mucho, demasiado, al silencio de los corderos.
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