No creo que sea hoy el día de echar espuma por la boca, pero vaya por delante que las cuatro novilladas lidiadas en primavera en esta misma plaza fueron más fuertes que la corrida de hoy con el hierro de Daniel Ruiz. Cuatro de los toros con guarismo nueve. Hasta mi progenitor me ha dicho que los toros de hoy daban pena en vez de miedo. Qué pena. Del bochorno se salvó el sobrero de Garcigrande. Un toro, ni más ni menos. Tardo y reservón pero de profundidad infinita si tirabas de él. Si lo llevabas toreado. El Juli tiró de él y lo rompió por abajo, toreando profundo, y encajado. La faena me recordó por instantes a aquella de Cantapájaro en Las Ventas. Lo de hoy no fue un robo presidencial como aquel día en Madrid, más que nada porque al torero de Velilla le cuesta mucho matar en el sitio, en la yema del morrillo. Pinchó al primer intento para posteriormente tirar de repertorio y proferir un sartenazo trasero de matarile instantáneo. Oreja con petición de la segunda no atendida por la presidencia. Bien Bentué.
Talavante sorprendió yéndose a la puerta de chiqueros para recibir al primero de su lote. Parecía motivado, pero fue un espejismo puntual. A su primero lo tuvo que matar sin ni siquiera ponerse de muleta. El toro era un muerto en vida. Descordinado de extremidades y desfondado de corazón. Un fantasma. Con el de la jota estuvo superfluo y despegado. Irreconocible. A este mismo toro el año pasado le corta las orejas, o al menos, está mejor de como estuvo hoy. Requetemal.
Javier Arroyo (aplausos.es) |
Y Padilla. Héroe Padilla. Volvió al mismo sitio del percance para volver a ser Padilla. El Padilla que todos conocemos. El Padilla que se va a la puerta de chiqueros para darle una larga cambiada de recibo al toro. Ese Padilla que conecta con los tendidos nada más hacer un aspaviento. El Padilla que banderillea con suficiencia y efectismo. Un Padilla de martinete y desplante. Ese Padilla que mata a los toros muy bien, que se tira al morrillo derecho como una vela. Grande Padilla. Qué alegría volver a verte por aquí. Cortó dos orejas como las de antes, dos peludas, una en cada toro, a base de tesón y predisposición marcial.
Durante la apoteósica vuelta al ruedo de su segundo, besó el cachirulo que le tiró un paisano. Fue algo así como un "gracias de corazón a toda Zaragoza" . Abrazó a su hija. Y la gente gritando aquello del "illa, illa...". Volvió a sonreír al equipo médico al que había brindado su primer toro. Y Adolfo hijo, su amigo del alma. Y yo con la piel erizada y el corazón palpitante. Emocionado. Como las otras nueve mil almas que allí estábamos. Conmovidos por la lección de coraje, superación y humanidad de este último año. Padilla volvió a ser Padilla allí donde casi deja de serlo.
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