El Presidente se suma al desahucio de la plaza (8ª Corrida de Feria. Toros de Bañuelos)

Lo que nos faltaba. Si algo podíamos salvar de esta desesperante feria, era el rigor presidencial en el palco. Que no de los corrales. Ambos presidentes habían aguantado estoicamente broncas del tendido de sol pidiendo segundas orejas de pueblo. Hasta hoy, cuando a Francisco Bentué le ha dado por echar otra palada más de arena sobre la fosa abierta de la plaza. El regalo envenenado de los dos apéndices a Padilla no hace mas que desprestigiar nuestro coso, como si ya no lo estuviera bastante. El máximo trofeo concedido hoy por la presidencia apoya la tesis del aficionado ocasional, de ese que compró la entrada pensando en el salto de la rana, y desespera al aficionado que viene un veinte de junio a ver una novillada de un hierro desconocido. Mal Bentué, mal. Y lo digo desde el aprecio personal que le proceso.

El tendido de sombra era un lugar inhóspito cuando sonaron los clarines y timbales para abrir plaza. Media entrada justa un día doce de Octubre. Hace diez años te lo cuenta alguien y lo tomas por tonto. Tal escasez de clientela puede deberse a la multitud de entradas que se devolvieron por la  baja de última hora de Manuel Díaz. ¡Ja!. Entró Serafín Marín en su sustitución. Por cierto, curioso ver en el paseíllo un torero montera en mano debutando en Zaragoza el día del Pilar. 

La corrida de Bañuelos defraudó. Se esperaba otra cosa después de sus experiencias cercanas en esta plaza. Enseñó mucha leña por delante si bien los tres primeros era lo único que enseñaban. Tres novillotes. Los otros tres si que tuvieron más pinta de toro. Manseó en exceso, y varios de ellos, llegaron al último tercio con la calidad suficiente como para agradar al matador en suerte. 

Serafín Marín entró de rebote y en la foto finish. Mientras, Paulita se quedaba en casa digiriendo la injusticia taurina. Esa que no premia lo hecho en el ruedo. Esa que te dice un día que sí, y al siguiente que no. El torero catalán pasó inadvertido en una de sus peores presencias a orillas del Ebro.

De Padilla destacar lo bien que mata los toros. Cuatro estocadas, cuatro, en sus dos tardes. Letal con los aceros y muy pendiente y solvente en la lidia. Con la muleta, que se lo pregunten a los del palco. Su triunfo en la feria desprende cierto tono de compasión y ternura, justamente de lo que él dice rehuir. 

Sorprendió Jiménez Fortes con su valor natural y decisión meditada. Este torero apetece. Savia fresca entre tanto bosque vetusto. Confirmó muchas de las virtudes que ya enseñó durante la temporada. Valentía serena y desparpajo galopante. Y temple. Con cosas que pulir también, sobretodo en cuestiones de colocación. Mató sus dos toros a la perfección y escribió su primer tarde en Zaragoza como matador de toros con una oreja y una vuelta al ruedo. Su labor superó la de Padilla en casi todo, menos en los trofeos.