Huérfanos de todo. Carentes de futuro en el escalafón y desamparados de torería en el tendido. Con esa extraña sensación abandoné la plaza. Con el recuerdo inborrable de Mariano y con la preocupación de aficionado de ver como la cantera no está para subir al primer equipo. Y estamos hablando del pelotón de cabeza. Todos con el paso a matador de toros en mente.
La novillada de los Hermanos Lozano, compuesta por dos de sus hierros suplentes, fue seria. Desigual y motor. Cinco a uno me juego a que en El Pilar sale algún toro más chico que el cuarto de la tarde. Casi toda ella manseó en el caballo y puso en muchos problemas a las cuadrillas durente los primeros tercios que no siempre supieron resolver con eficacia. Todos, cinco y medio de seis, para que no me llamen exagerado, ofrecieron oportunidad de triunfo a sus antagonistas.
El francés Tomás Duffau tiene cara de futbolista argentino, apoderado de tronío y..., y nada mas. A las puertas de la alternativa, o cambian mucho las cosas o es carne de fila de INEM. Y no me parece ese el mejor sitio para acudir en estos momentos. Se tapa con la espada. Con las telas no dice nada, y de conocimientos de terrenos (en el primero) y de la lidia (en el sexto), menos aún. Salió ileso de una colada por el pitón derecho en la faena del que abrió plaza. Por cierto, su cuadrilla molesta más que ayuda. Que conste que no tengo nada contra el país vecino.
El salmantino Juan del Álamo tiene gusto y temple. Esto le salva. De la nueva escuela. Caprichoso al confeccionar carteles. Amante del monoencaste. De muletazo largo que no profundo. De pasárselos lejos y por la periferia con tal de ligar con el siguiente. Con la espada, una de cal y otra de arena.
Desde Barajas, como los aviones, aterriza López Simón. Ya le conocíamos del Pilar pasado. Trasgresor. Diferente y a la par, una copia. Aglomera tics de varios matadores de toros. Sigue encorsetado, como si llevara faja. A su favor, su entusiasmo, sus ganas, y su valor. No seré yo partidario de su concepto, pero al menos, lo defiende con tesón. Nos retrotayó con suertes que no veíamos desde que Jesulín de Ubrique se vestía con terno amarillo y plata. Le cortó una oreja a su primero a pesar de tener dos costillas rotas. Quizás por eso estuvo más tiempo toreando de rodillas que erguido sobre sus piernas.
Mal futuro nos contempla.
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