Corrida de Peñajara en Zaragoza. Aragón necesita un torero.

Unas 2.000 personas, en acto de fe, esperaban pacientes en fila de a dos para entrar al coso de La Misericordia. Los recortes también han llegado a las puertas de entrada a la plaza. Sería una medida más, en época de ajustes, si fuera acompañada de otras algo, solo algo, más imaginativas e innovadoras.

Este invento de festejo, mitad regionalista, mitad rebajas de primavera, es un acto, cuanto menos, dudoso para la defensa de la Fiesta en esta época de ataques foribundos. Escenas vistas hoy en la plaza hacen mucho daño. ¿Con qué cuajo y sin temor a ruborizarnos podemos defender los aficionados el espectáculo de hoy a nuestros invitados? Y la responsabilidad no debe ir sólo a la empresa, que también, algunos de los pseudoprofesionales que han deambulado hoy por callejón y ruedo deberían replantearse la profesión, por ellos, y por la profesión.

Una vez desahogado, vayamos a lo sucedido en el ruedo.

Ricardo Torres, con sus diez años de alternativa, se fue a puerta gayola para abrir fuego. El primero de Peñajara estaba vacío de fuerza. Esta atonía dudo se fue para bien o para mal del matador. Con motor, hubiéramos visto, o sufrido, lo que hubiera ocurrido. Festival de trapazos para acabar dejando el brazo siempre atrás en la suerte suprema.

Un espagueti. El segundo de la tarde fue largo y flaco. Por delante no le daba ni para dar las buenas tardes. Buen saludo capotero de Daniel Cuevas, lo mejor, la media. En la lidia, a punto estuvo de superarse el Record Guiness de capotazos. Cinco de Gallego en su turno de quites para no decir nada, mas otros veinte o treinta de la cuadrilla en turno. Si a un toro que se le somete a esa cantida de mantazos le añades un torero inédito en frente, la ecuación tiene un resultado previsible. No hace falta ser filósofo para resolver el entuerto. Para apuntillar, diez intentos marrados consiguen que el toro se levante hasta los mismísimos. A esto me refería, entre otras cosas, cuando hablaba de escenas que hacen daño a la Fiesta.

El tercero era de culito respingón. Feo por delante, de playa, playero. Buena pelea en varas en el primer puyazo. Acto seguido, Roberto Bermejo nos recordó lo que es el arte de la tauromaquia porque a esas alturas de corrida estábamos a punto de olvidarlo. El toro tenía emoción, un manso encastado con un punto de fiereza. Ligar y quedarse en el sitio. Simplemente con eso la faena se hubiera venido arriba. Carlos Gallego muluteó en pequeñas dosis, uno a uno, sin lucidez. Dos pinchazos y estocada arriba. El Mene tenía envidia de su colega predecesor y le endosó otra decena de puntillazos antes de dar matarile al toro. Otra escena contra la Fiesta.

Ricardo Torrés dejó alguna tanda reseñable en el de su despedida hasta la próxima ocasión. Varios enganchones y alguno de mérito. La faena tornó en zafiedad y carreritas. Salir de la suerte, qué importante es saber salir de la suerte. Un pinchazo en el sótano precedió a una cuchillada infame.

El quinto fué el más toro de todos. Cuajado. Para evitar ponerme desagradable y despectivo diré que Daniel Cuevas no debería volver a Zaragoza en festejo reglado. Comprendo y entiendo la afición de cada cual, incluso admiro esa constancia y esfuerzo, de horas y de dinero, pero quiero recordar que los aficionados que pagamos también tenemos derecho a ver un espectáculo, cuanto menos, con gente dispuesta y mínimamente preparada.

El bonito cárdeno manchado se rompió la pata delantera derecha a la salida de un lance. Lastima. No pintaba mal. El Presidente lo devolvió previa consulta con la empresa. En el sexto bis sucedieron los mejores pasajes de la tarde. Carlos Gallego, con sus carencias lógicas, toreó y demostró que, al menos, conoce lo que se hace y en ocasiones, saca cierto gusto cuando se relaja. Dos doblones por abajo con poder y de mérito para empezar. Con la pañosa, unos naturales aceptables y el temple con la derecha fue lo más destacable. Entre tanto, "Er chi chi" volvió a sonar. Le han cogido el gusto, si se me permite la expresión. Con la tizona marró ante la decepción de sus partidarios. Una pena, de haberlo matado hubiera firmado una actuación destacada y seguramente premiada. Hasta aquí, lo ocurrido. Se echó de menos a alguien. De pluma brillante, pañuelo agargantado, perilla de espadachín y puro humeante. Ha sido sólo un receso en el camino, volverá más pronto que tarde para dictar su magisterio de gran aficionado. Recupérate pronto Mariano.

FOTO: Náyade Moncín (BURLADERO.COM)