Además de Victor Barrio, Mario Alcalde. Novillada de Riogrande en Zaragoza.

En las horas anteriores a la celebración de la novillada el cielo soltó lastre. Agua como para inundar todo el arrozal del Asia tropical. Bendita capota la nuestra. Tejadillo salvafunciones. Transgresora y criticada en su día, y alabada, salvadora e imitada en el presente. La innovación nunca es bien acogida en sectores tradicionales como el taurino, sin embargo, de ella, entre otras cosas, depende la misma supervivencia del espectáculo. 

Terminada la homilía, vaya por delante que la novillada de Ríogrande, fue grande que no río. Seca. Esquilmada de toda vida fluvial. Fuera de tipo. Sobrada de kilos y escasa de vigor. Los sobreros, igual de ayunos, mejoraron a los titulares.

Agarrado al suelo el que inaguró tarde. Tardo. Enculado en tablas a las mínimas de cambio. No se devolvió desde el palco, seguramente barruntando lo que podía venir detrás y la escasez de banquillo. Parado y sin fuerzas el utrero. Acobardado hasta que murió de media estocada. Poco que decir de Adrián de Torres. En el segundo de su lote si que se puede hablar de él, pero no muy bien. Vulgar e incapaz con un novillo incierto y desclasado. Confieso que no sé si el novillo fue malo o lo fue el novillero, o ambos dos. Ya puede progresar, en un mes y medio está acartelado para matar la novillada de Moreno Silva en Ceret.

Después de su actuación venteña, había espectación por ver al segoviano Victor Barrio. Su primero fue para atrás. Pañuelo verde al canto. Barrio maneja la percalina con suficiencia y regusto en los remates. Una cuadrilla de lujo eleva el diapasón de este novillero. Racionales con la pica, vibrantes con los palitroques y perfectos en la lidia. La atonía de fuerzas del segundo bis dejaron la faena en un manteo pulcro y suavón. Fallo a espadas. El quinto sirvió para honrar con aplausos dos sobervios pares de banderillas, otra vez. El novillo llegó a la muleta desfondado. Para taparle con una mantita y darle un caldito caliente. Esperemos que este Lunes tenga mejor bajío con los ventorrillos en Madrid.

Mario Alcalde. (FOTO: Náyade Moncín)

Celebro efusivamente el concepto torero mostrado esta tarde por Mario Alcalde. Para empezar, sus telas son precisamente eso, telas. Capote y muleta, justos de tamaño y ventosos. Sin rigidez alguna. Lejanas a la inflexibilidad de algunos capotes que rulan por ahí que parecen más lijas de carpintero que trastos de torear. Además, como valor añadido, ejecuta suertes de aroma sevillano, que por infrecuentes, te dejan buena opinión. Cites rectos y a pies juntos. Cargando la suerte. Como si de un homenaje se tratara al recién galardonado con la medalla de las Bellas Artes. El mismísimo Pepín Martín Vázquez.

Su lote fue regular. Lastimado de los cuartos traseros el tercero. Para fuera. El tercero bis no se cambió por la misericordia de público y palco. Somos unos benditos.  Brindó a las alturas. El novillo sorprendió a todo el mundo manteniéndose en pie y sacando cierta calidad en el último tercio. Recto y firme en el embroque. Muleta cadente. Y cargando pierna ¡Milagro! Estacada baja. Oreja con petición mayoritaria. El desclasado comportamiento del último novillo echó al traste la voluntad y el buen concepto de Mario Alcalde y puso fin a una tarde donde faltó material para esculpir.

Por cierto, Adrián de Torres estuvo mal colocado durante todo el tercio de banderillas en el de la jota. En la inopia. Y esto es serio. Nada de chufla, que jugamos con la integridad física de compañeros.