Suelo asistir pasmado a las tertulias de aficionados. Me sorprende sobremanera la facilidad con la que evocan los detalles más nimios de faenas y corridas vistas hace ya muchos años. Y de infinidad de ellas, además.
Por el contrario, yo tengo dificultades para recordar algo más que generalidades de las corridas que vi el año pasado. Y no debe ser Alzheimer: salvo un puñado de cosas que me causaron impresión profunda, mi memoria remota es aún peor que la reciente.
Una de esas excepciones se corresponde a la única vez en la tuve la suerte, privilegio más bien, de aplaudir a Rafael de Paula. Fue en Bilbao, a principios de los 80. No recuerdo el cartel de toros y toreros, aunque tentado estoy de decir que Paquirri y los Santa Colomas de Buendía andaban de por medio. O igual no. ¡Esa memoria!
Pero sí recuerdo dos cosas: que el genial gitano anduvo mal en sus dos toros, algún almohadillazo incluido, y que “la cosa” ocurrió en el toro de un compañero, creo que en el último de la tarde: un quite por verónicas y medias. Un quite excelso y emocionante. Un quite de los llamados “del perdón”.
Viendo ciertos comportamientos de los públicos de hoy en día, tanto en la mía como en otras plazas, ese quite prodigioso me viene a la cabeza con cierta frecuencia. Pero no –que más quisiera yo- porque sea moneda corriente ver torear así con el capote, sino porque a menudo me doy cuenta de que ese quite, hoy en día, sería imposible: el público no lo consentiría.
Lee uno en los libros y recuerda de sus primeros pasos de aficionado que antes el público de toros padecía de cierta amnesia selectiva: si un torero estaba mal se le abroncaba en el momento, pero una vez acallada la bronca,se hacía tabla rasa: si el torero salía con ganas en el siguiente toro, o al día siguiente, o intentaba un quite, se le juzgaba partiendo de cero.
Incluso, si un torero “artista” había estado mal, aunque fuera rozando el conflicto de orden público, si en el toro de un compañero amagaba con abrirse de capa, un runrún de expectación se esparcía por los tendidos. Como Paula ese día del que no recuerdo nada más que aquel puñado de verónicas rematadas con su media.
Ahora no. Ahora si el torero “artista” ha estado mal y tiene la osadía de amagar un quite, a menudo tiene que desistir ante los improperios del público. He llegado incluso a ver broncas por coger el torero así marcado, por determinarlo su antigüedad, los trastos tras la cogida de un compañero.
Me resulta soprendente. Me resulta antitaurino. Me resulta absurdo. Y sobre todo me pregunto: ¿a quien favorece esa actitud tan poco propia de aficionados?
Me tendré que seguir refugiando en mis recuerdos paulistas de aquel verano de los 80. En este siglo, si ya de por sí es difícil que haya quites, parece que más difícil es que haya perdón.
Escrito por Cincinato. Aficionado de Bilbao
FOTO: http://dejabugoyoros.blogspot.com
3 comentarios:
Cincinato:
Lo que cuentas es uno más de los rasgos del público que va ahora a las plazas. El mismo que protesta un manso, el que protesta porque el maestro no banderillee, el que si el matador se empieza a doblar con el toro se pone a pitar, y así tantas cosas más. Y este mismo público se traga muchos más muertos que el de antes, y también conoce menos lo que ve o puede ver, que el de otros momentos.
Un saludo y enhorabuena por la reflexión.
El artículo de Cincinato y el comentario de Enrique me llevan a pensar algo P.I. Si las masas que acuden hoy a las ferias carecen de conocimientos sobre la lidia y el toro (en parte, por su carácter urbano; en parte, porque no se ha hecho pedagogía taurina), ¿qué valor tienen sus ovaciones, sus pañuelos blancos, sus "no le piques más", sus "no perdones"?
Suena elitista, claro, pero esa democracia de las plazas de toros -vigente con los Borbones, las Repúblicas y los generales- me hace sentir a veces una minoría en la inmensa minoría de 18 millones que vamos a los toros.
Un saludo para los dos y otro para el "casero".
Cincinato, ¡qué honor el tuyo! te han respondido dos de los más reconocidos lectores de este blog.
El tema del comportamiento de la gente que acude a las corridas de toros es un tema muy particular. Existen intereses encontrados. Hay quien defiende que la misma viabilidad o subsistencia de la Fiesta está directamente relacionada con la asistencia de ese público más festivo y de menos rigor que denuncian Enrique y Juan.
Aunque tu comentario de la intransigencia que hay, en ocasiones en los tendidos con determinados toreros en algunas fases de la lidia, no viene precisamente de ese núcleo de gente sin más bien de los más exigentes.
Para mi, una cosa es la afición y otra el público. Los dos respetables, e incluso necesarios. Si bien, culpa de todos, y de ninguno, es que no haya más trasvases del segundo al primero.
A todos los que nos gusta esto, hemos sido antes público que aficionados. Y hemos hecho esa transición en base a ir yendo más veces a las plazas y aprendiendo a amar y disfrutar de esta Fiesta. De todos es responsabilidad evitar construir barreras u obstáculos para que esa transición sea lo más accesible y cómoda posible.
Cincinato, atinado tu reflexión. Has tocado un tema de mucho interés para discernir sobre él.
Un afectuoso saludo a los tres.
Publicar un comentario