Sobre el esperpento de la prohibición de las corridas de toros en Cataluña, está casi todo dicho.
A mí lo que me preocupan son las consecuencias.
Las opiniones entre los que defendemos la Fiesta se pueden agrupar, con matices, en dos corrientes:
1. Lo sucedido es una mala noticia, sobre todo para los aficionados catalanes, pero no hay que dramatizar. Esto ha sido posible porque años de mala gestión habían desmantelado la afición catalana, la situación no es exportable a otros lugares, y al final va a producir una reacción que a largo plazo será positiva para la Fiesta.
2. Esto es grave, porque sienta un precedente peligrosísimo, va a dar alas al movimiento abolicionista y puede ser el principio del fin incluso en lugares que hoy creemos blindados.
Después de muchas semanas en que he querido ser como la zorra de la fábula de las uvas, hacer de la necesidad virtud, poner al mal tiempo buena cara, o cómo queráis llamar a un ejercicio de voluntad para sumarme a la primera corriente y así no deprimirme, he de confesar que no puedo: me temo que milito en la segunda.
¿Por qué?
En primer lugar, porque los antitaurinos están crecidos. Sus protestas tenían algo de pataleta ritual. Algo que hacían para sentirse mejor. Ahora no. Ahora ven que puede haber fruto, que su lucha puede tener éxito. Me temo que sus protestas van a ganar en frecuencia, intensidad y cobertura informativa, generando un “efecto llamada”
En segundo lugar, porque la sociedad occidental, atacada de relativismo moral y decadente hasta la médula, ha abandonado la filosofía y la reflexión y las ha sustituido por la sensiblería y lo políticamente correcto. Hay un cambio de paradigma, sobre todo en antropología: el hombre es un animal más.
Si la gente fuera consciente de lo que esto implica, se revolvería a favor nuestro. Pero no lo es: para percatarse de lo que está pasando habría que tener herramientas que el abandono de la filosofía y la religión nos ha hecho perder. Ahora lo fácil es enternecerse ante el “sufrimiento animal”, que es lo que entra por los ojos, sin necesidad de hacer ninguna reflexión o análisis.
En tercer lugar, porque pese a ser el segundo espectáculo de masas del país, hace tiempo que estamos en un ghetto informativo. Con excepciones, los medios no se ocupan de nosotros en proporción a nuestro número. Así es imposible contrarrestar con información veraz la avalancha de desinformación que los antitaurinos lanzan sobre la Fiesta.
En cuarto lugar, nos vendemos muy mal. Fraudes y malas prácticas las hay en todos los espectáculos, deportes y actividades humanas. Pero los nuestros siempre nos parecen apocalípticos y nos damos una maña especial pera lanzarlos a los cuatro vientos, dando a entender que los toros son la actividad más corrupta y falseada del universo mundo.
En quinto lugar, los políticos y autoridades nos tienen, en general, abandonados. En parte consecuencia de que somos un anacronismo que vende mal, a pesar de nuestro número. Se me dirá que el PP ha reaccionado a la prohibición catalana con un par de propuestas interesantes, pero mientras no cambien su forma de gestionar la Fiesta donde tienen mando en plaza (Madrid, por ejemplo) pensaré que se trata de un brindis al sol. Y ese activismo PPro frente a la estulticia de los socialistas tiene un efecto indeseado: contribuye a vender la absurda idea de que los toros son una cosa “de derechas”. No creo que eso nos haga bien. Haría falta que se creara un grupo transversal de políticos de los dos grandes partidos que apoyaran la Fiesta, pero con el PSOE actual, eso es imposible.
Y se me podrían ocurrir más razones. Pero creo que ya son bastantes.
Somos seguidores de algo grandioso, pero complicado de entender. Los valores y la antropología en los que nos sustentamos no son los imperantes y están en retroceso. La cultura y la sensibilidad necesarias para apreciar lo que hacemos no se adquieren en la educación actual ni se propagan por los medios de comunicación. Frente a la inmediatez con la que uno puede entender un partido de fútbol, por ejemplo, seguir una corrida de toros es algo complicado que requiere aprendizaje y tiempo. Y el individuo occidental del siglo XXI no tiene paciencia: quiere productos de ocio de consumo inmediato. Lo vemos a menudo incluso en la actitud de los espectadores ocasionales de los propios festejos taurinos.
Con este panorama, ¿en qué podemos apoyarnos para resistir? Tendríamos que cambiar la sociedad de arriba abajo.
Lo dicho: soy pesimista. Lo que no me impide disfrutar mientras dure. Es más: os animo a que sea al contrario, a que vayamos a cada corrida como si fuera un regalo.
Cincinato. Aficionado de Bilbao
1 comentarios:
Interesantísima reflexión a la que me adhiero completamente.
En todo esto hay además un punto clave. Los antitaurinos son activistas y los aficionados en general manseamos más de la cuenta.
Saludos
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